José María Pariente Polledo ha sido siempre un rebelde que defendió su causa en un deporte, el piragüismo, «que me lo ha dado todo», dice con firmeza. Polledo forjó su carrera deportiva al margen de las rígidas concentraciones del equipo nacional, y su empeño le permitió alcanzar uno de sus sueños, competir en un Mundial, ya rebasados los treinta años, todo ello sin renunciar a su vida familiar y profesional. Recientemente la Federación Asturiana premió la trayectoria de Polledo, que a sus 52 no ha dejado de palear al tiempo que capitanea como entrenador al club de su vida, el Náutico Ensidesa y se esmera como el primer día en la fabricación de piraguas en la empresa que regenta en Zeluán y en la que trabaja codo a codo con su familia.
-¿Agradece premios como el que ha recibido por su trayectoria?
-Claro, son detalles que gustan, y así se completa el ciclo. Dos veces me dieron el premio al mejor palista senior y ahora han tenido en cuenta mi carrera, aunque no se ha terminado, sigo compitiendo en categoría de veteranos.
-Y dirigiendo a su club de siempre, en el que empezó.
-Ahí estamos, trabajando para que este deporte siga teniendo vigencia y haya gente joven que se anime a practicarlo. El Náutico Ensidesa vivió tiempos mejores, pero tenemos setenta licencias y el trabajo creo que es positivo.
-¿Hasta cuándo el piragüismo?
-Hasta siempre. El piragüismo forma parte de mi vida desde los 16 años. Este deporte me lo ha dado todo, incluso mi familia porque conocí a Pepi, mi esposa, en el Ensidesa, y mis tres hijos también han practicado este deporte, por no hablar del trabajo, igualmente relacionado con las piraguas.
-Por cierto, llegó a coincidir aún en activo con el chaval.
-En varias pruebas, porque yo dejé de competir en absolutos a los 44 años. Al principio podía con él, pero no tardó en ganarme y después formamos equipo en K-2 en el campeonato de España de maratón.
-¿Quién le metió a Polledo el gusanillo de este deporte?
-Fue una casualidad. Un 1 de mayo, en la fiesta del Pantano de Trasona se puso a llover y mis amigos y yo nos refugiamos en el local del Ensidesa. Estuvimos curioseando un poco y nos animamos a probar días después. Hasta hoy.
-Y no tardó en destacar.
-Tenía 16 años y mucha fuerza física para el deporte. El club me envió a un test físico que organizó la Federación Española y quedé el segundo. Después Julio Fernández y Margarita Suárez, mis primeros entrenadores, prepararon un programa de trabajo muy intenso de tres meses de cara a un test nacional en el agua para juveniles. Quedé octavo y ese mismo año fui subcampeón de España de K-1 y K-4.
-Un año y a la selección.
-Nos concentramos en Candás para al Mundial juvenil de Italia. Participé en el K-4 mil metros y acabamos novenos. Nos salió una mala regata porque en otras pruebas habíamos ganado a nuestros rivales.
-Y llega la etapa senior, en la que sigue en la órbita de la nacional.
-Estuve en el equipo concentrado en el embalse de Picadas, Sevilla. Pero no estaba convencido de hipotecar mi vida por el deporte, renuncié a la selección y volví a casa. Tenía una vida que labrar.
-¿No compensa ser una figura y dedicarse al cien por ciento?
-Esto no es fútbol. En mi época nos daban una beca de 25.000 pesetas, que era mucho menos que un sueldo, pero ese no es el gran problema. Lo malo es acabar y no tener nada, ni oficio ni beneficio. La Federación tiene un convenio con la Policía Nacional, pero no todos quieren ser policías. Hay casos de palistas que lo han pasado muy mal para enfocar su vida después del piragüismo.
-Usted lo tuvo claro.
-No puedes sacrificar tu vida en aras de un resultado deportivo porque no compensa. Y demostré que se pueden obtener resultados deportivos sin renunciar a tu vida.
-¿Qué hizo a partir de entonces?
-Primero la mili y después me puse a trabajar en Valliniello en un pequeño taller. Al tiempo me entrenaba en Trasona, aunque no era lo mismo. Estaba ahí, pero lejos de los buenos.
-Hasta que decide intentarlo, pero a su manera.
-Con 25 años me entró la fiebre de estar entre los mejores y dos años después acudí con la selección a varias regatas internacionales, con resultados discretos. El problema, pese a marcar tiempos a nivel de los seleccionados, era que la Federación no quería convocar a palistas que no se sometieran a sus planes.
-¿No se desanimó?
-Me gusta el piragüismo y yo iba a lo mío. Si me llamaban, bien, pero no dejé de entrenarme por eso y en aquella época fui campeón de España de 10.000 y siempre estaba entre los tres primeros en los controles nacionales de 500 y 1.000.
-Hasta que llega el premio con la llamada para el Mundial del 89.
-Hubo un cambio en la Federación y llegó como seleccionador el húngaro Fuzzesery, que quiso partir de cero y no imponer nada a los palistas. Decidió que irían los mejores en los distintos test, y me gané el sitio con 32 años, aunque ya en Bulgaria tuve que jugarme la plaza en un último control compitiendo con Gregorio Vicente. En 1.000 metros llegué a semifinales y me quedé fuera de la final por poco, y en el 10.000 acabé decimocuarto.
-Objetivo cumplido y adiós.
-No lo hice peor que los demás, pero Perurena, que presidía la Federación, me dijo al regresar que si no me concentraba no me volverían a llamar. Y así fue.
-¿Con su hijo pasó lo mismo?
-Ya sabía lo que había, para eso estaba su padre, pero pasó un par de años obsesionado con el equipo nacional y llegó a entrar. Participó en el Mundial de maratón y en el Europeo en K-1 1.000 metros, pero le salió mal y ya se planteó otros objetivos y ahora está conmigo en la empresa, entrena en el Ensidesa y sigue compitiendo.